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Salamancas y caminos presenta: “El Bardino, el juglar de la sed del oeste”

El-BardinoPara escribir la biografía del Bardino habría que urdir la biografía de la sed de La Pampa, la historia de la milonga de los sin agua, la crónica de los siglos de silencio del caldén.

Porque Julio Domínguez no es un producto del conservatorio, ni siquiera un tradicionalista, el canto del Bardino es hijo de todas las plegarias desesperadas de los habitantes del Oeste pampeano (“Volveré, volveré,/ al oeste al cantar,/ y sobre los caminos/ mi acento bardino tal vez quedará;/ como una cruz al poniente/ mi pampa caliente lo recordará”).

Sus milongas no son retratos pintorescos, más bien son aguafuertes urgentes (“Ya te ganaste un potrillo/ principio de sufrimiento/ decile ahora a la vida/ no te quedes en silencio./ Jagüelerito bardino/ no te quedes en silencio”).
Sus obras son panes de milongas, hijas de una soledad sinónima de la sed y parientes del silencio irremediable de lo amarillo (“Le crece solo al pampeano/ su sed por el arenal”), hijas del fantasma del río (“La Pampa tenía un río/ yo no sé si lo tendrá,/ lo habrá tapado la arena/ Santa Isabel más allá”) y de la semilla del desierto que creció en su Algarrobo del Águila, departamento Chical Co (“Tu padre en una rodada/ tu madre quedó sin chivas/ vos te quedaste peonando / de Los Molles a La Puntilla”).

La guitarra del Bardino no es un instrumento decorativo, su guitarra es un arma donde se desatan la fatalidad y la belleza (“En las cuerdas celestes de mi guitarra/ cantaron una vuelta muchas calandrias”), donde se denuncia la injusticia y la adversidad que padecen los hijos de la sequía pampeana (“Ese Chadileuvú/ que no quiere crecer,/ todos los años, pandito,/ los chalileritos se mueren de sed”). Su obra es la ausencia del río Atuel Salado Chadileuvú pero también el lamento del indígena derrotado (“Pobre Namuncurá/ sin su tobiano,/cambió las boleadoras/ por guantes blancos”).

Después de sumergirnos en la obra del Bardino, sentimos que conocemos las fiestas populares de Santa Isabel; la pulpería de Chacharramendi; a los que aún, con bota de potro y sombrero, galopan los senderos de la costa pampeana; a los que se ganan la vida como zorreros (“Atropellamos el invierno/ yo con mi hermano El Boyero/ de los mejores zorreros/ que pisaron Chical Co”); a personajes como Lucio Navarro (“...y tan seco como un palo/ allá en su rancho de barro/ murió don Lucio Navarro,/ un soguero de mi pago”), a Marta Cufré (“La noche pampeana la lleva en su oído,/ enredando acordes la zamba se fue./ Y en aquella peña que hubo en Santa Rosa/ bailaba la airosa Martita Cufré) y el solitario Guajardo (“Ustedes no saben nada / de este andar como ando yo/ guacho de todo cariño/ y abandonado de Dios”).

Julio Domínguez nos invita a habitar una nostalgia que no era nuestra, aunque él consigue hacerla parte de la patria de nuestra melancolía: “Rancherita chicalquense/ ¿Qué boca te cantará?/ Tabaquerita de chuspa/ ¿Qué manos te bordarán?”.

El Bardino es uno de esos artistas que nos recuerdan que tenemos más de quinientos años, que tenemos siglos de cantos, dioses y ceremonias que están al acecho, prestos a poblar nuestros silencios, resistiendo razas, dispuestos a descolonizarnos el alma con su alfarería sideral. Así Julio Domínguez nos propone habitar la sabiduría antigua de su morada: “Cuando digo tu nombre, mi comarca,/ un resuello animal bulle mi pecho;/ deben ser los que anduvieron el pasado./ -caracol, leche de mar- hace milenios”.

Este juglar de la sed del Oeste pampeano es una especie de historiador de la milonga salvaje: “Crecí con aquellos hombres/ después que vino Hernandarias,/ a veces, he sido plegaria/ para el peón de las estancias,/ también pasié mi arrogancia/ por los patios coloniales,/ fui viento en los pajonales,/ sol cuando la lluvia escampa,/ y me quedé por La Pampa/ en las crines de los baguales”.

El Bardino traiciona a los tradicionalistas y hace progresar la tradición, la saca de los centros telúricos y de los museos criollos y la desarrolla en las auténticas y vivas voces de su pueblo. Para crear sus milongas, Julio no recurre a un diccionario gauchesco, Domínguez apela al habla de los boyeros, puesteros, troveros desconocidos como Nazareno Ríos y demás paisanos que tienen como herencia la sed y la leyenda de un río, la heroicidad y santidad pagana de Bairoletto, y la llanura como la gran socia del silencio: “Si alguno se cree cantor/ que obedezca a su región,/ si no, habrá equivocación/ cuando se hable de cantares;/ se confundirán lugares,/ habrá un olvido en la puerta/ habrá entonces cosas muertas/ y después lamentaciones:/ no han de morir mis canciones/ porque son cosas muy ciertas”.

Yupanqui advertía acerca del destino del canto, creo que El Bardino consiguió enseñarnos que su destino es el silencio de los cencerros: “Cuando muera este cantor/ no será grande el entierro,/ dinastía de los Fierro/ me ha de llorar el desierto;/ recién me sentiré muerto/ cuando callen los cencerros...”.

Locución: S. M. Tovarich
Idea y Guión: Pedro Patzer
Edición Artística: Fernando Salvatori
Producción: Fabiana Álvarez – Alejandro Carosella
Actor Invitado: Oscar Naya
Dirección Artística: Marcelo Simón