COLUMNA DE OPINIÓN

En la comunicación falta diálogo. Se siente y afecta

El componente principal de la comunicación en otras épocas fue la conversación. Los integrantes de una familia se hacían tiempo para contar como había sido la jornada de cada uno, para intercambiar ideas sobre temas de actualidad. No existía éste bombardeo de información (y desinformación), no obstante lo cual siempre había algo de qué hablar.

Los amigos se encontraban en la esquina sin necesidad de citarse y, además de las chanzas, surgían ideas y reflexiones que se compartían. Algunos de esos Filósofos de la Calle eran escuchados con mucha atención. Se aprendía de ellos porque, antes de hablar, habían hecho algo tan sencillo como usar la cabeza para pensar.

Chicas y muchachos se conocían bailando; Podían hablar; los decibeles no se lo impedían. Tras el flechazo seguía el diálogo por meses y hasta años: era necesaria una compatibilidad comprobada antes de formalizar. Fue la cimiente de la familia y, durante mucho tiempo, de generación en generación, los herederos respetaron el modelo.

Así, cuando llegó el momento, se insertaron en la vida estudiantil, social y laboral sabiendo que el poder de la palabra marcaba senderos, abría puertas y hasta impedía que algunas se cerraran.

En la medida que avanzó la tecnología, los argentinos fuimos perdiendo el hábito de dialogar. "Che, viste que…" “¡Psh! Pará, estoy viendo una película…”. Claro que la culpa no es de la tecnología; nosotros cedimos tiempo, mucho tiempo. Tanto que pasamos a ser cautivos. Nos faltó sabiduría para conservar un pilar trascendental para cualquier relación humana.

La tecnología siguió llegando prepotente, dominante y ¡Vaya si se impuso! Hoy, los mensajes de texto, chatear y otro tipo de vínculos despersonalizan y alejan cada vez más la posibilidad de dialogar. La inmediatez dejó rezagado el Face to Face. Domina el Diálogo de Sordos.

En algún recodo del camino se quedaron las palabras. No todo lo nuevo ha sido sinónimo de bueno y hoy nos afectan profundamente las consecuencias de la falta de diálogo.

Por Roberto A. Bravo