LA CARRERA DEL DIEZ DIEGO ETERNO

Sevilla ’92: “Le debo alguno de mis gritos más desgarrados”

La primera de mil resurrecciones. 28 de septiembre de 1992. Diego regresaba a casa, después de 15 meses. Volvía al fútbol tras la suspensión, después de su alejarse de Nápoles. Otra vez el 10 en la espalda, luego de la traumática despedida de una ciudad que durante ocho años, fue mucho más que un club, muchísimo más que una camiseta…

La nueva estación de su historia, se llamaba Sevilla. Negociación compleja, con la FIFA como mediadora y cerca de 4 millones y medio de dólares, por el fichaje histórico.

La argentinidad de aquel equipo, la completaba en la cancha el Cholo Simeone y en el banco, Carlos Bilardo. La fiesta fue en el Sánchez Pizjuán, con el Bayern Munich de Lothar Matthaus, su gran rival en las finales de México e Italia 1990, como el gran invitado.

El partido terminó 3-1 a favor del local, con goles de Pepe Prieto, Davor Suker y Pineda.

Con toda la sabiduría a en el bolsillo, subió la cuesta del partido dando ventajas físicas. Se plantó en la mitad de la cancha. Tocó, tocó y tocó, habilitando a todos. De a ratos, metía la quinta y aceleraba y buscaba retazos de su pasado en el área rival.

En el primer tiempo el travesaño le devolvió un tiro libre desde una posición muy cerrada, casi contra la línea de fondo por la derecha. En el complemento, la habilitación para que Suker convierta el segundo. Aguantó los 90’, con la sensibilidad intacta de la zurda irrepetible.

Por los puntos, debutó el 4 de octubre de 1992, perdiendo 2-1 en Bilbao ante el Athletic. En total, 29 partidos y 8 goles, en su segunda etapa en la liga española. Menos de lo deseado, pero mucho más de lo soñado alguna vez por la hinchada sevillana.

El 23 de septiembre, Víctor Hugo desde Montevideo dialogó con Diego, a punto de relatar Uruguay 0-Argentina 0 y de subirse después a un avión para relatar Sevilla-Bayer.

El toque para el segundo gol, el comentario final de Paenza y las últimas palabras de aquella transmisión: “Le debo alguno de mis gritos más desgarrados, alguna de mis emociones más tremendas.

Le debo muchos momentos con la piel erizada. Le debo la búsqueda, siempre infructuosa pero siempre incesante, de las palabras que pudieran acercarse a la grandeza de Maradona”.