Por Mikki Lusardi Nacional Rock

María Gabriela y el deseo eterno de reencontrarnos en su mirada

Había caído la noche en Berazategui, y el Club Ducilo iba a ser el escenario. Unas 5000 personas, amparadas por el Carnaval, se aprontaban al show. Los ochentas todavía no habían madurado, y ahí estaban ellas, arañando los veinti, anticipando cuál sería la maniobra de la noche para evitar los escupitajos, como alguna vez lo habían sido “los peluches de Interama”. “Viudas, culeadas, putas reventadas”, había coreado el sistema en las voces de la multitud de turno. María Gabriela intentaba sin demasiado éxito devolver una porción de saliva que pudiera compensar algo. Viudas, culeadas, putas, reventadas. Entre los misiles, la decisión de levantar la mirada, y ver al costado.

Ahí estaban ellas. Y entonces, al encontrarse, nacía un infinito que lo anticipaba todo: las miradas, la música, las sonrisas que eran complicidad, escudo, abrigo.



El tiempo, como la historia, a veces absuelven, otras condenan al olvido. Pero siempre, de alguna u otra manera, ponen cada situación en su lugar. A María Gabriela la recuerdo de muy pequeña ya hipnotizante, casi lisérgica en lo atrapante, cuando lejos estábamos todavía de empezar a entender qué era todo aquello, y qué era todo eso también: ella ahí, con su Perfume inaugurando milenios y sus búsquedas, sosteniéndolo todo cada vez que hiciera falta. Recuerdo no poder parar de mirarla, y que algo naciera ahí ya no una vez, sino a cada segundo.



Pienso en ella y pienso en la música que resonaría en su casa desde siempre, en ese montón de estudio, y también en la libertad que supuso eso de enchufarse y zapar. Pienso en el talento para componer, la empatía para contar; como si de María Rosa Yorio a Charly hubiese algún tipo de distancia, o los mediados de los ochenta o primeros dosmiles pudieran ser lo mismo; y mientras la imagino en algunos de esos rincones me permito creer que fueron ciertas esas versiones de Stevie Wonder de pubertad, que ahí están nuestras viudas e hijas, infinitas y tan épicas, y sutil o enfadadamente subversivas. También, quizás, con alguna maleta de aroma a vinilo, un Pelusón of Milk con la eternidad de nuestro siempre Flaco, con Celeste, con las chicas, con Charly y, porqué no, también con Robert Fripp. El jazz, quizá como puente, y un andar solista más que solitario que nos iba a regalar algunas de las más bellas melodías, algunas de las más osadas aventuras. Pero, sobre todo, una colección de motivos...

El Random de Charly, como lo ha dicho él mismo, intentaría homenajearla. Y hasta Para los árboles es para María Gabriela.



María Gabriela no fue la primera, pero muchos escenarios se hacían suyos en una época en que nuestro rock nacional todavía no nos pertenecía del todo. Y ahí estaba ella, con su calma, su talento y su impronta, siendo, siendo en tiempos en que tanto nos costaba ser.

Que se haya vuelto emblema, no dudo responda a cuestiones más o menos vinculadas a las que importan, la música, pero por sobre todas las demás, el amor. Pero acá está... no allá, acá.

Y acá estamos, haciendo lo propio. Subiendo el volumen, cerrando los ojos para encontrar esa mirada, aunque sea por un ratito, una vez más.

Mikki Lusardi