EDITORIAL ENTRE RÍOS

Lo insustancial

La remontada de ayer del peronismo en la provincia de Buenos Aires, después de la catastrófica derrota en las PASO, tiene su costado paradójico en que se trata al mismo tiempo de una derrota, por muy poco, pero derrota al fin, del peronismo unido en esa provincia. Algo que también es histórico. La importancia de dicha remontada se podía percibir en la alegría del gobernador Kicillof, los intendentes, candidatos y el propio presidente, en el bunker del Frente de Todos. Pero también en lo medido de la celebración de los dirigentes de Juntos, con Santilli y Manes a la cabeza en Provincia, también Larreta, Vidal y Macri en la Ciudad. De anunciar que irían por la presidencia de la Cámara de Diputados, de un Macri que había votado a la mañana anticipando “una transición ordenada”, la oposición se quedó con un triunfo importante en los grandes distritos, pero que no alcanzó más que para lograr cierta paridad en el conteo de diputados y senadores, sin alcanzar la mayoría ni siquiera la primera minoría, en ninguna de las cámaras. No obstante, el juego combinado con fuerzas de ultraderecha como las de Milei y Espert, anticipan lo que probablemente sea un voto en coordinación, que engrosaría las posibilidades de la oposición de trabarle proyectos al oficialismo. Se trata de algo que, además de tener un antecedente luego de las elecciones del 2009, con la conformación del llamado “Grupo A” - como lo bautizara entonces Patricia Bullrich- ha sido ya anticipado por varios dirigentes de Juntos en la previa de esta elección. Esto más allá de las conveniencias de Larreta y sectores afines dentro de esa fuerza que, sintiéndose con posibilidades de ser gobierno en 2023, puedan estar interesados en ensayar algún tipo de participación en el diálogo al que anoche mismo, después de conocidos los resultados, a través de un mensaje grabado, convocara el presidente. En los días que vienen se escucharán análisis más pormenorizados de lo que ayer sucedió. Y se conocerán, a ambos lados de la llamada grieta quiénes han sido los protagonistas de los respectivos triunfos y fracasos. Por caso, en la Provincia de Buenos Aires se habla del propio Kicillof y del intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, actual jefe de Gabinete de esa provincia, como los responsables de la remontada. Aunque muchos se preguntan qué hubiera pasado si Cristina Kirchner no hubiera sacudido el tablero con su carta posterior a la derrota en las PASO, que motivara los cambios en Nación, y de ahí para abajo. ¿Y aquí, en Entre Ríos? Del triunfo de Juntos por Entre Ríos no cabe dudas sobre quién fue el gran ganador. Los guarismos finales, incluso, indican que, con más del 54 por ciento de los votos, el triunfo de Rogelio Frigerio es mayor en términos porcentuales al obtenido por esa fuerza en Córdoba, donde como sabemos, se baten siempre records de antikirchnerismo. Anoche, en su discurso, tras conocerse los resultados, Frigerio dijo frases como: “se viene una nueva etapa en la historia política de la provincia”, “se puede hacer política de otra manera en Entre Ríos”, “que la gente siga creyendo que hay luz al final del camino”, “hay un futuro mucho mejor para nuestra provincia”, “podemos salir del estancamiento, estamos convencidos”.

Siempre pienso que lo más interesante que tiene la democracia es el día después de las elecciones. Es decir, el momento en el que el que perdió se tiene que, como quien diría, bancar la pelusa. Si no, ¿de qué se trata la democracia? Lo que constituye una comunidad, dicen algunos, no es lo que tenemos de iguales sino, al contrario, lo que tenemos de diferentes. Y es en estas instancias donde eso se pone en acto, y lo que a la larga enriquece el debate público y garantiza cierta convivencia pacífica en sociedad. Dicho esto, me remito a algunas cosas que ya hemos dicho en este espacio. Durante el gobierno de Macri, del que Frigerio fue ministro, la industria perdió empleos en 46 de los 48 meses de gobierno, el PBI per cápita cayó un 11%, la deuda pública subió del 48% al 92% del PBI, la inflación se duplicó, pasando del 26% al 56%, el desempleo subió del 6,5% al 10,5% y el salario en dólares cayó de 580 a 275 dólares. Se rebajó y llegó casi a eliminar el impuesto a la riqueza, lo que fue compensado con tarifazos generalizados y la baja en las prestaciones previsionales. Dejó de haber remedios gratis para los jubilados y se eliminó el Plan Remediar y las computadoras para los estudiantes. Y cualquiera que esté escuchando puede agregar más recortes, que recuerde.

Cualquiera de estos datos constituye un hecho concreto sobre una realidad concreta, a diferencia de un discurso como el de anoche que, con la legítima alegría del triunfo -no solo en lo político, también en lo personal, porque a la política la encarnan personas de carne y hueso- no se refiere a nada en concreto. La pregunta es, en todo caso: ¿qué dirigentes del oficialismo pueden proyectarse ante la sociedad como enunciadores de un discurso distinto a este? O, mejor, ¿quién de estos dirigentes resulta hoy creíble cuando relata estos hechos y se postula como la contracara de los mismos? Se vienen, deberían venirse, tiempos de cambio hacia adentro de un peronismo provincial al que el adjetivo de conservador le cabe como un traje a medida. Veinte años en el poder, repitieron desde oposición durante la campaña. Tienen razón. También es un hecho. La forma en que una fuerza acostumbrada a habitar el Estado resolverá ese dilema es una tarea de dirigentes políticos. Si es que hay real voluntad política de resolverlo. Si es que hay alguna posibilidad de dar al cada vez más minimalista discurso del oficialismo una sustancia que pueda convencer a alguien de que son distintos a lo insustancial que hay del otro lado.