Tenemos que remontarnos al siglo IX para encontrar los orígenes de la zanfona. En sus inicios estaba considerada como un instrumento propio de la música culta. No obstante, hacia el siglo XVI perdió esta condición y los juglares, mendigos y ciegos empezaron a utilizarla. La suerte de la zanfona cambió en el siglo XVIII cuando la corte francesa de Luís XIV la adoptó como instrumento óptimo para amenizar las veladas en la corte y para los llamados “conciertos espirituales” acompañada de orquesta. Fue entonces que la zanfona adoptó cuerpo ovalado parecido al del laúd. Esta modificación provocó el interés de compositores destacados como Chédeville, Hotteterre, Corrette o Boismortier, que crearon piezas cultas para zanfona, piezas propias de un instrumento normalizado. A pesar de este auge, a finales del siglo XVIII la zanfona volverá a quedar desplazada por aquellos instrumentos que hasta la actualidad serán la base de la música clásica: violines, violas, violonchelos y contrabajos.
Cuenta con distintos tipos de cuerdas: algunas, metálicas, se montan sobre el teclado y, por lo tanto, son pulsadas por las teclas para hacer la melodía. Otras, las bordonas, son cuerdas metálicas que no se accionan mediante el teclado. Dan una nota constante, la nota pedal, que acompañará la melodía. Las moscas o trompetas son cuerdas de intestino montadas sobre el perro, una pieza de madera que provoca un martilleo de sonido característico sobre la tapa cuando la vibración de la cuerda es excesiva, como si distorsionara. Además, directamente sobre la tapa armónica hay unas cuantas cuerdas que generan sonido no por fricción sino por simpatía, reforzando el efecto de reverberación del instrumento. Con este complejo sistema, que genera melodía, bajos, ritmo y efecto de reverberación, no es extraño sea considerada como el sintetizador medieval.
Para ilustrar tan peculiar instrumento, los invitamos a escuchar de y por Andrei Vinogradov en zanfona, Danza espiral.
Producción: Carlos Díaz Rocca
