TIERRA DEL FUEGO

El Robinson Crusoe argentino: vivió cuatro años solo en un refugio, sobrevivió a temporales y hasta se enamoró de una piloto

El aventurero Sergio Anselmino cumplió un sueño personal de autoconocimiento y también una hazaña de supervivencia inédita al permanecer en solitario durante cuatro años y medio en Península Mitre, un territorio de 3200 kilómetros cuadrados ubicado en el sureste de Tierra del Fuego, donde el paisaje alcanza una belleza inconmensurable pero las condiciones para la vida humana en soledad se acotan a unas pocas posibilidades.

Frío extremo, temporales de viento, granizo o nieve, suelo inestable y rocoso, acantilados sin retorno y el peligro acechando a cada paso en falso constituyen este paraíso salvaje y desértico que algunos exploradores han definido como la última frontera e incluso, el lugar más inhóspito del mundo.

Anselmino, un apasionado por esta geografía que ha recorrido desde 2000, cuando llegó a la provincia, se afincó en un paraje conocido como Puerto Español, en la costa de la Bahía Aguirre, donde a su llegada apenas sobrevivía una antigua cabaña de madera semidestruida.

La decisión de quedarse allí la tomó durante un episodio fundacional para su travesía, ocurrido en abril de 2018.En ese momento lo sorprendió una borrasca de viento que se enredó en el océano Atlántico y se lanzó como una bestia sobre la costa hasta hacer temblar a cualquier ser vivo como si se tratara de un terremoto.

 

El llamado del refugio

"No conozco la clasificación de los temporales pero este era superior a los demás que había conocido. El viento empezó a soplar fuerte y la cabaña comenzó a moverse. La puerta y las ventanas se sacudían y desde afuera se oía un aullido que parecían animales. El ruido también era como la turbina constante de un avión a punto de estrellarse", rememoró Anselmino.

 

Activado el instinto de supervivencia, entendió que debía irse del lugar a la brevedad, antes de que la precaria construcción se desplomara encima suyo, pero algo le pasó."Sabía que tenía que irme. Armé la mochila, me acerqué a la puerta y cuando tomé el picaporte me envolvió una sensación de abandono. Sentía que estaba dejando un sitio que me había cobijado muchas veces y que ahora que me necesitaba, no podía abandonar", relató el aventurero.

 

"En esa lucha interna, entre la razón, la cordura y el sentimiento, me refugié debajo de una mesa y junto a un leñero. Me acosté vestido y así pasé la peor noche de mi vida. Fue un temblor constante de siete u ocho horas, donde tuve mucho miedo. Cuando por fin amainó el temporal, entendí que lo sucedido era la señal que necesitaba para al fin cumplir mi sueño y reparar ese rancho", agregó.

En diciembre de 2018, después de que un velero lo ayudó a trasladar provisiones y algunas pocas herramientas, el hombre se instaló finalmente en aquel paraje desértico, sin energía de ningún tipo ni comunicaciones, y a cinco días a pie de cualquier centro poblado.

La cabaña que se salvó del viento era casi una tapera, con parte de su techo caído y sin ningún tipo de comodidades. Sergio comenzó a repararla usando materiales que encontraba tirados en la zona, clavos que sacaba de maderas podridas, alambres oxidados, hierros de otras construcciones abandonadas.

De a poco se fue adaptando a la vida en ese entorno natural que también se adaptó a él: los animales dejaron de verlo como un peligro y se le acercaban para observarlo, primero, y luego para interactuar con él como si fuera un integrante más del ecosistema.

¿Qué pandemia?

En julio de 2020, el explorador llevaba un año y medio viviendo solo y adaptado a la soledad más extrema cuando empezó a notar cierta merma del tráfico de barcos que habitualmente divisaba desde la costa hasta que una mañana se acercó a Puerto Español una embarcación de la Armada y se puso contento porque hacía cinco meses que no veía ni hablaba con ningún ser humano.

"Cuando me acerco para abrazarlos y para preguntarles cómo estaban, un guía al que conocía se adelantó y me advirtió que me detuviera, y que no lo tocara. Pensé que era una broma, aunque los demás también se mantenían alejados entre sí. Entonces me contaron sobre la pandemia. Me costó entenderlo. Se pusieron serios. Los invité a tomar un café y se rehusaron. Ahí comprendí que se trataba de algo grave", recordó el aventurero sobre el día en que se enteró sobre los estragos del coronavirus.

Los únicos aparatos electrónicos que Anselmino llevó a su experiencia de supervivencia extrema fueron una cámara fotográfica digital, una computadora portátil y un par de paneles solares con los que cargaba las baterías de ambos dispositivos.

Apasionado desde niño por la fotografía, pensó primero en obtener imágenes para él mismo, como una manera de atesorar los recuerdos de aquellos días, pero de a poco le ganó la idea de documentar toda su vida en ese lugar para en algún momento compartirla con los demás.

 

"Empecé a filmar, y a ponerme delante de la cámara para que se me viera haciendo las tareas diarias. No tenía un gran equipo profesional pero sí la ventaja que cualquier documentalista querría: estar instalado las 24 horas en la naturaleza", relató el hombre, que obtuvo más de 350 horas de filmación y 50.000 fotos.

 

Chocolates que vuelan

Aunque es difícil de concebir, en medio de esa soledad extrema y con las energías entregadas a la supervivencia, el aventurero también vivió allí una historia de amor.

"Conocí a Carolina en contra de todas las posibilidades existentes en el mundo. Hacía un año que estaba en el lugar y ella pasó caminando en una travesía que estaba haciendo a pie. Así nos conocimos y empezó una relación que todavía perdura y que estuvo atravesada por la distancia y por experiencias que jamás podríamos haber previsto", recuerda.

Ella, piloto de aviones de pequeño porte y amante de la naturaleza, había caminado hasta la zona en otras oportunidades, y desde el principio del vínculo entendió los deseos de la persona que acababa de conocer.

"Siempre pensé que era una relación imposible. Yo tenía claro que no iba a volver en el corto plazo y ella solo había pasado por el lugar. De hecho transcurrieron más de tres años desde que nos conocimos hasta que dejé la

Península. Pero ella supo leer esa situación y volvió otras veces, y hasta en un par de ocasiones caminando sola, lo que demuestra su valentía y su coraje", relató Anselmino.

Hay una escena cinematográfica que describe mejor que cualquier palabra la historia de amor entre ambos: es invierno y Sergio lleva varios meses solo en su refugio. Un día, caminando entre la nieve, encuentra un chocolate con su envase reluciente. Era ella, que se los arrojaba desde una avioneta jugando a acertar el lugar, como una prueba de poético romanticismo.

Otras veces, Sergio esperaba el arribo en verano de ocasionales caminantes que le traían pendrives con audios de ella, y cuando podía los contestaba de la misma manera.

Volver

Anselmino reformó y acondicionó la cabaña hasta convertirla en un refugio muy confortable para caminantes y durante todo un invierno trabajó con maderas viejas e hizo una biblioteca que en la actualidad tiene más de 400 títulos, además de montar un pequeño museo con piezas antiguas que recolectaba.

Con el tiempo fue aprendiendo a sobrevivir, cometió errores y tuvo que racionar algunos pocos alimentos que le llegaban por barco en fechas inciertas.

En el verano pescaba en un río, pero cuando el agua se congelaba tuvo que aprender a cazar toros salvajes.

"Cazaba toros porque eran los que, desplazados del resto de la manada, se internaban en el bosque, en solitario. Diseñé una trampa con sogas, que al principio no funcionaba. Fue un conflicto para mí esta actividad aunque no tuve alternativa", explicó.

Después de cuatro años, seis meses y una semana, Anselmino finalmente retornó a la civilización.

"Fue una decisión muy dura. Hasta último momento no me quería ir. Pensé que había cumplido mis objetivos: experimentar el silencio y el autoconocimiento. Había escrito y también documentado todo lo experimentado. La cabaña en ruinas era ahora un refugio espectacular. Había hecho más de lo pensado. Y además estaba Carolina esperándome", rememoró.

En los meses posteriores, tuvo que volver a adaptarse a la vida social, a los ruidos y a las conversaciones, aunque al poco tiempo ya estaba pensando en su próxima aventura: recorrer a pie todo el perímetro de la isla.

"Creo que muchas veces he logrado olvidarme del futuro. La vida está llena de indicios de que el tiempo se acaba. Y eso sirve para pensar que no existe nada seguro. Por eso aliento a tomarnos pausas para lo que nos guste hacer. No importa el interés de cada uno. Hay que respetarlo y darle un tiempo. No digo que sea fácil, aunque hay que tratar de arriesgarse. La vida es muy linda y se vence rápido", asegura el explorador fueguino.