Un accidente que no fue tal, un crimen de la última dictadura mantenido impune durante décadas.
El vuelco de la camioneta que transportaba a Enrique Angelelli se produjo el 4 de agosto de 1976 por una encerrona intencionalmente causada desde otro vehículo.
Así murió el entonces obispo de La Rioja, nacido en Córdoba, consagrado a los votos sociales del Concilio Vaticano II persiguiendo el claro objetivo trazado desde el púlpito y durante sus recorridas por barrios humildes: “Quiero ser servidor de nuestros hermanos, los pobres”, afirmaba el tercermundista.
El poder de facto, apoyado por otras autoridades eclesiásticas, había restringido sus homilías, censurado la transmisión radial de sus misas y finalmente no dudó en actuar cuando Angelelli se propuso averiguar sobre los asesinatos de Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, sacerdotes de Chamical.
Durante años intentó dejar instalada la primera versión de los hechos difundida por LV 14, que puede ser escuchada en este informe especial de Contenidos, Radio Nacional, además de la opinión de Alba Lanzillotto, quien fue asistente del padre conciliar.
Las condenas a prisión perpetua y cárcel común contra Luciano Benjamín Menéndez y Luis Fernando Estrella llegaron en 2014, para el Tribunal los represores resultaron autores de homicidio premeditado.
La sentencia hizo justicia también con Arturo Pinto, el religioso que acompañaba a Angelelli en aquel viaje por la ruta 38 y no cesó en la lucha por hacer valer su testimonio directo.
“Las pruebas o presunciones de que fue atentado se acumularon de manera abrumadora”, consignó en 1984 el Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
Dos años después el gobernador riojano confirmaba la hipótesis en una declaración pública, aunque las “leyes de impunidad” que el mismo Carlos Menem impulsó luego, siendo Presidente, hicieron peligrar el avance de esta causa por delitos de lesa humanidad.
