por carlos ares rusia 2018

Cuaderno de Bitácora - Día 11

Rusia, 2018.

Día 11

Que día, amigos! Sé que están todos ahí. Escucho sus gritos. ¡Contame todo, ya !. Tranquilos. No me metan presión. No soy Messi. Ni siquiera soy Ansaldi. Mucho menos Garce. Ni siquiera Beto Juan, un diez cómodo que la tocaba bien cuando la pelota le llegaba a los pies. Pero le llegaba poco y él no la bajaba a buscar. Soy apenas un humilde goleador ya retirado.
Déjate de boludear y conta! Que esta hinchada está reloca/ hoy queremos leer !
.Va, va, calma radicales.
Son las 20.35, vagón 18. El tren salía 20.20. Salió 20.20. La estación de trenes de Moscú era una mezcla de terminal de Retiro micros y retiro trenes en hora pico, a la tarde. Llena de bolichitos que venden café o baratijas. Pero todo en ruso .Las plataformas de las trenes eran abajo. Ubicarlas nos llevo media hora. El taxi del centro de prensa hasta la estación le puso hora y cuarto a paso de hombre. Solo tránsito, no piquetes.
El tren no es bala. Recuerden que acá está prohibido ser bala. Parece uno de los que van a Mar del Plata. La distancia desde Moscú hasta "no-gordo-no" , versión fonética, es de unos 400 y pico de kilómetros, como si fuéramos a la costa. Pero este le pone tres hora cincuenta. Según el indicador luminoso junto a la entrada del vagón, en este momento vamos a 138 kilómetros por hora. En dos monitores que bajan del techo dan una que parece de unos cowboy Reparten auriculares que se enchufan en el apoya brazos. Los cowboy hablan en ruso. Romero se durmió y Urtsaun revisa el menú del tren . Me da la sensación de que esta escena ya la vi un montón de veces. Uno duerme, el otro se preocupa por lo que va a comer y yo trabajo. Debe ser un "deja vu", una ilusión óptica.
A propósito de Romero, si hasta ahora era el relator "caviar" que se conseguía en el supermercado Gourmet , imaginen el agrande que tiene después de haber transmitido Colombia-Japón para la televisión pública. El esturión le viene a poner los huevos a los pies.

¡Es trending tópic en tuiter! ", salto uno, "¡lo bardeo Tinelli! , grito otro. Salían del control con los ojos llorosos. Se abrazaban al Negro, que miraba sin comprender, y le agradecían. Lo tocaban. Uno de ellos más de la cuenta. Pero el Negro se dejaba. Le hicieron pasillo a la salida del estudio y desfiló entre vítores. Un tipo que parecía el fantasma de Víctor Hugo le puso la mano en el hombro y, serio, como si al fin hubiera encontrado a quien confiar su legado, le dijo, sin hacer ni una pausa para respirar..."que placer amigos de radio Nacional que gusto volver a reencontrarlos como si mi espíritu de relator reencarnara en este humilde muchacho del interior que ha sabido sobrevivir superar socorrer sobreimprimirle a la vida la alegría ante los feroces ataques del imperio que azota a nuestros pueblos desde tiempos inmemoriales porque hemos sido castigados no por la divina naturaleza sino por la infinita crueldad de los sistemas que sujetan someten sostienen sirven saquean solo a quienes no tienen otra opción que llegar hasta aquí para ver Japón Colombia que no es la final de la copa del mundo pero es algo que hubiera hecho yo mismo de no ser la figura que soy y que tengo entradas para la imponente impúdica impactante, impoluta escala de Milán..." Cuando se lo llevaron, Romero nos miró y vino hacia nosotros, Urtasun y yo, como si nos recordara de alguna parte. En el momento en que me echaba sobre el con los brazos abiertos, me detuvo en seco: " guaso, ¿qué es eso del trópico de tuiter ? "
No era una pregunta más de las tantas que me hace en el día. No. Lo note en sus ojos. Era la pregunta de otro que ya no era el. Tenía la luz más encendida que de costumbre. La llamita era un fuego. De inmediato comprendí lo que pasaba: Romero, ahora, es...¡famoso!
Se había convertido en una historia de vida. Era una Lizzi Tagliani, un Polino, la representación varonil de la zamba "Angélica", la de aquel pueblito de Córdoba. Parecía escucharla, dedicada a el como música de fondo mientras saluda desde la autobomba de Santa Eufemia. Llega con la copa de la fama que se "merecí", el intendente lo declara ciudadano ilustre, lo invita a una cena privada y le promete una rebaja en el ABL si en sus próximos viajes con famosos le consigue una foto de Ivan de Pineda. ¡Negro, volve ! , le grité, para sacarlo de su ensoñacion. Bajo los ojos que tenía colocados en el horizonte y más allá, me miró de arriba y dijo: " pidan un taxi, no viajo más en subte".
Esta poseído. Muestra todos los mensajes que recibe. Solo los que hablan a bien de él. Niega las críticas. Quiere que lo midan a ver cómo da en las encuestas. El tren va ahora a 157 kilómetros por ahora. Ya dejamos atrás el paisaje de monoblocs que rodea a Moscú. Pasados esos tres millones de edificios sovieticos iguales, ahora se ve una inmensa arboleda verde. Entró al vagón el carro que vende comida y bebida. Urtasun se despertó y se le tiró a los pies como un islandés. Romero duerme. Pidió que no lo despierten. Salvo que algún argentino quiera una selfie o un autógrafo. Dice que para ellos está disponible. Que la patria está primero. Por ahora.

Al final del día, la vida siempre te sorprende. Solo con registrar tal como fue el desayuno de hoy, sin quitar ni poner, hubiera bastado para cerrar este cuaderno hasta mañana. Les transcribo el apunte en una línea de corrido, sin puntos ni comas, tal como la tome en su momento. Aquí va:
"Hora pico de hotel lleno en un par de salones pequeños atendido por rusos de mala onda que lo único que quieren es que te vayas olor a salsa pesada el único lugar libre que encuentro es en una mesa donde un coreano o chino come chorizos y huevos duros voy a poner dos rebanadas de pan en la tostadora mientas abro un sobrecito de café y echo agua hirviendo en una taza cuando vuelvo a la tostadora veo a un alemán que se lleva mis tostadas se las reclamo no me entiende y no me escucha porque hay un televisor que repite continuamente a todo volumen el partido entre Rusia y Arabia Saudita le gritó al alemán entiende y me devuelve las tostadas no hay manteca mojo el pan en un agua de color marrón y contengo las lágrimas".

Salimos del hotel a media mañana con valijas y bolsos. Después de la transmisión teníamos que ir directo a la estación de tren. En fila, transpirados, Urtasun adelante, yo en el medio, el negro Romero al final, caminando con las cabezas gachas uno detrás de otro las diez cuadras hasta el subte, parecíamos los tres del fondo de Colombia bajando al túnel después del partido con Japón. Así llegamos, vencidos.
Hasta que el negro Romero entró al estudio de la televisión pública, se encendieron las luces, las cámaras, le ajustaron el nudo de la corbata, Elvis movió la pelvis y el mundo hizo ¡plop!. No es senegalés, no es islandés, es nuestro negro cordobés.
Doce de la noche. Llegamos a "nogordono". Romero pela anteojos negros. No sabíamos que los tenía. Se los coloca y dice: "salgan ustedes, yo bajo último".