Entrevista a Santiago Varela Verano 2021

A 25 años del fallecimiento de Tato Bores, el “Actor Cómico de la Nación”

Durante casi 40 años fue el “Actor Cómico de la Nación”, título que nunca sería oficial pero que hacía honor a su importancia: la de hacernos reír cuando la Argentina dolía. A 25 años del fallecimiento de Tato Bores, el escritor de sus monólogos, Santiago Varela, recordó al humorista y lo definió como "un buen tipo, una figura intachable y querida en el ambiente". En Verano 2021, contó que "durante la época de trabajo, él se la pasaba estudiando" y expresó: "Memorizaba los textos. Tenía una memoria muy especial y era muy respetuoso de los guiones". "Era un tipo muy llano que empezó desde abajo", dijo.

Tato Bores nació en Buenos Aires el 27 de abril de 1925 como Mauricio Borensztein. Creció en el seno de una modesta familia judía. No terminó el secundario. Fue plomo, acomodador en el Cervantes y estudió clarinete. En 1945, durante una despedida de solteros, contó chistes ante el cómico y monologuista Pepe Iglesias, quien lo convirtió en su partener en Radio Splendid.

A partir de ese día acompañó a los argentinos desde la radio, el teatro, el cine y la televisión. Si bien los monólogos fueron el eje del fundamental de su trabajo artístico, sus programas tenían musicales y sketchs desopilantes con personajes que aún hoy podemos reconocer.

Tato expresaba lo que muchos pensaban y algunos no querían decir. Era sutil para evitar la censura. Acompañado por libretistas como Landrú, Jordán de la Cazuela, Santagio Varela y Juan Carlos Mesa, entre muchos otros, apeló al sentido común, a la memoria colectiva, al sobreentendido. Elegía las palabras justas: aquellas que más allá de su sentido primero disparaban otros, esos que incomodan, interpelan, subvierten.

Su vestuario era simple, austero. El brillo, las joyas, estaban en la palabra. Palabras que iban y venían como un torrente que lo arrasaba todo. Y una vez que se detenían, que el silencio se apropiaba de ese lugar donde antes sólo había estado su voz gritona, todo había cambiado. La realidad era un sitio incómodo ante el que era difícil permanecer indiferente.

“Espére a ver si entendí bien: ¿ustedes con los impuestos, las tarifas, los tarifazos, guadañan toda la ‘mosca’, la gente se queda sin guita, no compran dólares, el dólar baja? ¡Tato! –me dijo- aunque usted tiene cara de comentarista económico se ve que va entendiendo algo. Pero Ministro, escúcheme una cosa, la gente está más seca que galleta de campo, no solamente no puede comprar dólares sino que no pueden comprar morfi, no pueden comprar remedios, no pueden comprar pastillas, no puede comprar pilchas ni peines ni peinetas ¡Nada pueden comprar! Son pequeños detalles, Tato, me dijo mientras me regalaba una oblea que decía ‘no tengo estereo’ “, recitaba en uno de sus monólogos durante los comienzos del menemismo.

Un lenguaje potente que construía escenas imposibles, que traía personajes impensados, incluso intocables, para que la Argentina apareciera desnuda y todos nos pudiéramos mirar al espejo al menos una vez.