30 años de Canción Animal Nacional Rock

Nada volverá a ser como fue

Para julio de 1990 el último registro de estudio de Soda Stereo era Languis, un maxi que re fritaba tres canciones de Doble Vida en versiones renovadas y ampliadas. El maxi además incluía una canción nueva, Mundo de quimeras, una vuelta de tuerca del clásico latino Guantanamera, surgida casi en broma durante un ensayo, pensada con una clara intención exportadora. Si bien la mutación y la evolución de un álbum a otro era una de las características salientes del trío, nada hacía prever el cambio rotundo que depararía la salida del quinto disco de la banda en agosto de ese año.

Canción Animal, grabado durante cuarenta y dos días en los Criteria Recording Studios de Miami, es un antes y un después en la carrera del trío. Una jugada inesperada. No es usual que un grupo, más en el caso de una banda ya consagrada, corra el riesgo de un giro tan radical en su sonido. La guitarra, casi un elemento rítmico más en la estructura sónica de Soda hasta ese entonces, adquiere en este disco una importancia vital. La crudeza de la distorsión le da coherencia orgánica y calor al álbum.

Gustavo Cerati irrumpe (En) El séptimo dia con su Paul Reed Smith Special Multifoil atravesando el ritmo en 7/8 con un riff entrecortado que remite a Jimmy Page. Hay algo que suena distinto ahí. El calor de las masas. Las válvulas al rojo vivo del Vox AC50. Los vúmetros merodeando la zona de peligro. Hay una forma diferente de pulsar las seis cuerdas. Forzando un juego imaginario, casi podría decirse que Doble Vida y Canción Animal fueron grabados por guitarristas distintos. Así de diferentes son uno del otro. Cerati toca de otra forma, sí. Reclama su lugar en el Olimpo de los héroes de la guitarra vernáculos. Como si el instinto primal que atraviesa la obra lo hubiesen convertido en un violero volcánico, un bluesman del espacio.

Hay un espíritu común que recorre las diez canciones que componen el disco. Un aire de melancolía eufórica que sirve como eje temático. Un hilo invisible que traza un camino desde la apertura hasta el cierre con Cae el sol, convirtiendo a Canción Animal en un disco involuntariamente conceptual. Un pulso de sexo, deseo y abandono representado en los leones copulando de la tapa. Tapa que, dicho sea de paso, le da al álbum el extraño privilegio de ser el único con tres portadas en la historia de la banda. La clásica naranja con los felinos apasionados, la azul con la foto de Charly, Zeta y Gustavo que salió en Estados Unidos, censura de por medio, y la blanca para el mercado español.

Una de las características de Soda Stereo a lo largo de la primera parte de su carrera fue la sintonía fina con los sonidos del momento. La traducción a su propio lenguaje de aquello que sonaba en los oídos del mundo. The Police era el horizonte claro al momento del debut discográfico. Duran Duran y el movimiento new romantic para la época de Nada Personal y los raros peinados nuevos. Signos tiene claros paralelismos con el dark épico de The Cure y Echo & Bunnymen. Doble Vida es New York, el sonido limpio y funky de bandas como los británicos Curiosity Killed The Cat. Coincidencias sónicas y estéticas. A diferencia de sus predecesores, Canción Animal no tiene un diálogo directo con la música de la época. No se trata de un disco contemporáneo a los comienzos de la década del noventa. Las influencias hay que rastrearlas en el pasado. En la pestaña de los tempranos setenta del rock argentino. En Pescado Rabioso, en el Artaud del Spinetta solitario, en Led Zeppelin, en Deep Purple. No en vano Cerati mencionaba a Ritchie Blackmore como uno de sus guitarristas predilectos. Todas esas referencias le dan un clima de habitualidad y a la vez rupturista. Un disco nacido con destino de clásico.

Canción Animal, además, es el comienzo de un periodo de gracia compositiva para Gustavo Cerati. Un pico creativo que en los siguientes tres años tendrá al cantante y guitarrista como protagonista de cuatro trabajos vitales para el devenir del rock argentino de los años siguientes. Un periplo que lo llevará de la tracción a sangre y el sonido valvular al experimento tecno rock de Colores Santos junto a Daniel Melero, para saltar unos meses más tarde a la languidez shoegaze de Dynamo con Soda Stereo y cerrar el ciclo en 1993 con el ejercicio intimista de Amor Amarillo, su primer trabajo en solitario. De esa aventura, Cerati emergerá como uno de los artistas más importantes de la generación de músicos surgidos al calor del regreso de la democracia. Un ciclo virtuoso que también marcará el comienzo de la recta final en la carrera del trío.

Por Fernando Cárdenas