COLUMNA DE OPINIÓN

Grandes y pequeñas, políticas y sociales, todas corrupciones

Para la Real Academia Española, en su primera acepción, la corrupción es la acción de que un cuerpo o sustancia orgánica se descomponga de manera que huela mal o no se pueda utilizar. A nivel social, la corrupción tiene que ver con pervertir o hacer que una persona o cosa sea moralmente mala.
 
En Argentina, la palabra “corrupción” inunda hoy los medios de comunicación.
Para acusar o defender a funcionarios públicos actuales y pasados, diarios, revistas, canales de televisión y radios dedican una parte importantísima de sus espacios para hablar de ella. Claro, cuando uno hace referencia a actos inmorales por parte de quienes ejercen los poderes públicos la situación se torna una cuestión de Estado y muchos actores sociales se muestran interesados en la temática. Y algunas hasta sobreactúan la lucha.
Que existen acciones inmorales es una realidad a todas luces. Aquellas que protagoniza la clase dirigente suelen ser más evidentes y criticadas, aunque no muchas veces condenadas efectivamente. Sin embargo, dentro de la ciudadanía “del llano” también existen pequeños y grandes hechos espurios.
 
Corrupción es robar de las arcas del Estado, es aprovecharse de un puesto público para beneficio personal, es traicionar la voluntad popular con actos de gobierno que nada tienen que ver con ese mandato. Pero también es corrupción cometer infracciones viales y luego buscar “un amigo” que nos ayude a no pagar la multa, comprar en el exterior y esconder los productos para evadir los impuestos, también lo es precarizar trabajadores, corrupción es no respetar y olvidar a nuestros mayores y también lo es abusar de la inocencia de nuestros menores, o intentar invisibilizar que muchos compatriotas viven mal.
Si a ello le sumamos que los encargados de impartir justicia muchas veces no castigan éstas (y muchas más) inmoralidades, el destino no es otro que el de la descomposición social, tal como sabiamente definió a esta situación la entidad madre de nuestro idioma.
Por Alejandro Sosa